Tino Grandío fue uno de los pintores gallegos de la posguerra de obra más personal y de mayor calidad. Se formó en Madrid, donde desarrolló su obra creativa a partir de su llegada en 1949, con una beca de la de Diputación de Lugo, organismo que le había concedido en 1945 el Primer Premio de Pintura de Lugo con el óleo Arando cedo.
En los años cuarenta entró en escena una nueva generación de artistas, entre los que estaba Grandío, que abrieron caminos renovadores en un contexto aperturista y que en el plano pictórico coincidió con la hegemonía del informalismo.
Este fue el momento en el que principió la formación y delimitación del estilo de Grandío, un estilo que se forjó en clave de la tradición española (Goya, Solana…), con una acentuada tendencia al ascetismo cromático elaborado por medio de una figuración sintética, a veces con trazos primitivistas, dominando los ocres y los grises. El gris es su marca distintiva, consiguiendo hacer de él, en sus variados matices, su más característica señal de identidad plástica, creando un mundo temático que nos traslada a su Lugo natal, brumoso, silente, estático, tan semejante al que en esos momentos evocaba el poeta, también lucense, Xosé María Díaz Castro. Son, sin duda, los reflejos de una mirada poética sobre el paisaje y las gentes.
A finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta elaboró interesantísimas incursiones en la abstracción. Al mismo tiempo, desarrolló una figuración sintética tendente a una paleta de deliberada austeridad, adquiriendo una depuración extrema en lo cromático y en el esquematismo compositivo, donde la luz tiene un primordial protagonismo.
A lo largo de su trayectoria el artista obtuvo numerosos premios, entre ellos, la primera y segunda medallas en las exposiciones nacionales de bellas artes, y también se le otorgaron los premios Marbella y UNICEF.